Hay veces en la vida en los que dar cierto paso tiene sentido.
Y el miércoles por la noche di ese paso. Le pedí matrimonio a mi chica y me dio un sí como una casa. Uno de esos «sí» que hacen que la sonrisa se te quede permanentemente grabada en la cara y vayas riéndote como un tonto por todas partes.
Y es que a veces no hace falta más que dos años (o menos) para tener clarísimo con quién quieres pasar el resto de tu vida. Para saber dónde está tu hogar. Para saber quién quieres que sea la madre de tus hijos, la persona que aguante tus tonterías y te ponga en tu sitio, la que te ancle al suelo y te haga soñar al mismo tiempo… aquella por la que darías y harías cualquier cosa por verla feliz.
Y ella es Anna. Y esa es la mano en la que debía estar ese anillo. Porque hay cosas que son como tienen que ser.
Y ahora, a pensar en la boda…
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