Velcro, Mon Amour

Tener un bar de confianza es algo clave.

No diré que sea algo impepinable para un hombre de bien, ni nada por el estilo, que para el caso ya está el señor Terrés y sus impagables consejos en Nada Importa. Pero lo que sí que puedo hacer es declarar mi amor incondicional por aquellos locales en que te saludan por tu nombre, te preparan las copas perfectamente y sin hacerte esperar una eternidad, y, sobre todo, saben recomendarte cosas en base a tus gustos y no en base a lo que te pueden sablear.

Si hasta hace un tiempo ese templo del buen rollo era el Chicago (Baco lo tenga en su gloria), desde hace tiempo el Velcro ha ocupado ese lugar en mi corazón. ¿Qué se puede decir del Velcro? Pues que Humbert, Josie y Emilio son unos cracks que deleitan al personal con su buen hacer, su simpatía y su calidad a la hora de preparar cócteles y acogerte en su pequeño gran templo etílico.

Es genial el poder acudir cualquier día de la semana, sin ceñirse a la cite ineludible de los jueves, y saber que ahí te vas a encontrar a alguno de los muchos parroquianos que se apalancan en la barra o las diferentes mesas. Las conversaciones siempre llegan, muchas espoleadas por las películas que proyectan en la pared y que suelen surgir del canal TCM Clásico. Y es que eso de beber a la luz de las actuaciones de grandes como Edward G. Robinson (el gángster original) hace que termines ensalzando las virtudes de Pesci, Scorsese o De Niro y te cagues en gente como Godard. Peñazos intelectualoides, los justos, gracias.

Y si lo que quieres es pillar un buen pedal, aquí puedes hacerlo con estilo y sabiendo que no te colarán garrafón. Ni cubitos hechos con agua del grifo, que ya sabemos lo mal que sientan…

Así que ya sabéis, nos vemos en el Velcro. El buen rato está asegurado.

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