Casi un mes sin escribir. Creo que esto supone el peor récord de este blog desde que lo inicié en 2003. Aunque tampoco es ninguna novedad. Desde que me abrí una cuenta en Twitter, tiendo a soltar mis chorradas de forma más constante y esquemática, en forma más cercana al sms y más directa pero también menos trabajada.
Vamos, que tampoco es que mi blog fuera el colmo de la buena escritura ni de la temática interesante… ni siquiera de una utilidad que lo hiciera imprescindible más allá del voyeurismo de aquellos que desean ver qué me pasa por la cabeza de tanto en tanto.
¿Y qué podría contar desde aquel lejano post en el que comentaba el cierre de mi (nuestro) adorado Chicago? Pues que la vida sigue un poco igual. Seguimos buscando un sitio donde juntarnos los jueves por la tarde, aunque el George & Dragon va ganando números para convertirse en el sucesor. Seguimos queriéndonos (y mucho). Seguimos trabajando, que visto lo visto ya es mucho. Seguimos esperando la llegada del iPad. Seguimos de obras en casa. Seguimos viendo como España pierde partidos mundialistas.
Pero si hay algo que me haya tocado la fibra últimamente ha sido la muerte del gato-trípode del barrio. El felino que siempre nos esperaba en la calle cuando volvíamos de fiesta. El que te miraba con chulería por las mañanas, pero que buscaba que le hicieras una caricia. El gato que conocía todo el mundo. Se le echará de menos, y lo peor es que no sabía ni su nombre…
En fin, que todo sigue igual. Y yo que me alegro de que así sea.
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